miércoles, 1 de abril de 2020

Actividad "La doble revolución"


LA DOBLE REVOLUCIÓN
Entre 1789 y 1848 se produce la mayor transformación en la historia de la Humanidad desde la invención de la agricultura, la aparición de la escritura y el surgimiento de las ciudades y los Estados. Esta transformación se inicia a partir de dos procesos históricos que ocurren en forma simultánea en el noroeste europeo: la Revolución Industrial y la Revolución Francesa
Gracias al impulso de la nueva economía industrial inglesa, y a la rápida difusión de las ideas liberales y las nuevas formas políticas originadas durante la Revolución Francesa, el escenario de las transformaciones lentamente se va extendiendo hasta abarcar, directa o indirectamente, al mundo entero. De esta manera, se inicia una nueva etapa en el proceso de expansión europea, que había comenzado a finales del siglo XV con el Descubrimiento y la Conquista de América. A lo largo del siglo XIX, los modelos económicos, políticos, sociales y culturales europeos irán configurando las características fundamentales de la Edad Contemporánea.
Para comprender las trasformaciones políticas, económicas y sociales que la Revolución Industrial y la Revolución Francesa provocaron a nivel global, el historiador británico Eric Hobsbawm acuñó el concepto de Doble Revolución. Según este autor, si bien dichos procesos históricos se desarrollaron en forma autónoma, el impacto universal de ambos no puede ser comprendido si no se los piensa como fenómenos que influyeron de manera simultánea en el resto del planeta.
El término “Revolución” es utilizado muy frecuentemente para referirse a un proceso de cambios profundos en determinadas sociedades históricas, aunque no siempre posee el mismo significado. Hay un uso amplio del término, en el cual ese proceso ocurre sin especificar su duración en el tiempo, ni tampoco el grado de conciencia que los hombres de ese momento poseen acerca de los cambios que están viviendo. Es decir, podría tratarse de una revolución que se prolongue por meses, años, décadas o hasta incluso siglos; y los actores podrían, o no, ser conscientes de ello. 
Y también hay otro uso más estricto del concepto de “Revolución”, que es el que hace referencia a una forma concreta de acción política que postula un cambio radical y casi siempre violento, que luego proyecta sus consecuencias sobre lo económico, lo cultural y lo social. En estas “Revoluciones”, los actores históricos participan en forma más consciente de los acontecimientos, generalmente a partir de una mirada crítica sobre el presente y una proyección de los cambios que pretenden para el futuro cercano.
El concepto de Doble Revolución combina ambos significados.

La Revolución Industrial
Iniciada a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña, la Revolución Industrial se difundió por Europa y EEUU a lo largo del siglo XIX y principios del XX, transformando profundamente la economía y los sistemas sociales de todos los países en los que se desarrolló, y también los de aquellos en los que, sin haberse implantado allí, sufrieron las consecuencias de la aparición de distintas potencia industriales en el mercado mundial.
Con el término Revolución Industrial designamos el paso de una economía dominada por la agricultura de tipo feudal y la artesanía a otra economía basada en las máquinas, la tecnología, la gran industria, el desarrollo de los transportes y la implantación de la producción capitalista y el consumo en masa. La aparición y la expansión de la aplicación de máquinas movidas por nuevas fuentes de energía dieron comienzo a la era industrial. Las máquinas multiplicaron la eficacia y la productividad del trabajo humano y, utilizadas en el transporte, redujeron las distancias y ampliaron las fronteras del mundo conocido.
También se incrementó la productividad en la agricultura, obteniéndose más alimentos y materias primas con menos mano de obra; de la vieja forma de explotación de la tierra a través de la relación entre señores feudales y siervos, se pasó a una agricultura dominada por propietarios terratenientes de tipo capitalista, que utilizaban en sus campos mano de obra asalariada y aplicaban los nuevos desarrollos tecnológicos y las nuevas técnicas de cultivo. De esta manera se logró alimentar a la población de las ciudades en crecimiento. Hacia ellas migraban los campesinos expulsados de sus tierras por el avance de la propiedad capitalista, para convertirse en obreros asalariados de las nuevas industrias.
La primera fase de la Revolución Industrial fue protagonizada por la industria textil del algodón, por la máquina de vapor aplicada a los procesos de hilado y de tejido, y por el carbón como principal combustible. Luego, los transportes marítimos y terrestres de pasajeros y mercaderías también mejoraron, especialmente a partir de la aplicación de la máquina de vapor en trenes y barcos. Gracias a este impulso productivo, Gran Bretaña logró convertirse en el “Taller del Mundo”, siendo el principal exportador de productos industriales.
En muchos períodos de la historia hubo personas que invirtieron su capital con el fin de lograr ganancias, pero se dedicaban a las ventas o a los préstamos de dinero. Mientras tanto, la producción estaba en manos de campesinos o artesanos que trabajaban con herramientas sencillas. La Revolución Industrial requirió fábricas con máquinas complejas, instalaciones grandes y costosas y gran cantidad de materias primas que no podían comprar los trabajadores sino aquellos que contaban con mucho dinero. Un sector de la sociedad, los capitalistas –o burguesía–, comenzó a invertir en la industria y, de ese modo, transformó totalmente la economía y la sociedad. Los capitalistas se convirtieron en los dueños de las tierras, las fábricas y los medios de producción, mientras que los obreros –trabajadores manuales sin acceso a los medios de producción– se vieron obligados a trabajar por un salario. Esta forma de producir en una sociedad es lo que llamamos sistema capitalista.
Aunque la industrialización permitió fabricar una cantidad hasta entonces impensable de bienes de consumo y mejoró el nivel de vida de muchos seres humanos, no lo hizo de igual manera para todas las clases sociales, ni para todos los países.  

La Revolución Francesa
Hacia 1700, la gran mayoría de los Estados europeos estaba gobernada por monarcas absolutos que tenían amplias facultades para hacerse obedecer por sus súbditos, y que afirmaban que el origen de su poder era divino. Los pueblos no los elegían. Esos reyes gobernaban durante toda su vida y, a su muerte, eran sucedidos por alguno de sus hijos, vinculados a través del matrimonio con otros herederos de monarquías europeas. 
Estas monarquías fueron tomando forma durante los siglos XVI y XVII, etapa durante la cual la mayoría de los reyes europeos lograron concentrar en sus manos todo el poder político. Para sostener y consolidar esa centralización del poder, los monarcas organizaron burocracias integradas por funcionarios que administraban su reino. También crearon un nuevo sistema de impuestos, del cual obtenían los recursos económicos necesarios para reclutar ejércitos de mercenarios destinados a reprimir los levantamientos internos y para luchar en guerras externas. El ejemplo más exitoso del absolutismo fue el de la monarquía francesa, en especial, durante los reinados de Luis XIII de Barbón (1610-1643) y de su hijo Luis XIV (1643-1715).
Pese a que en la teoría del origen divino del poder real todos los súbditos del reino estaban subordinados a la autoridad absoluta del rey, existían entre ellos importantes diferencias de estatus jurídico y condición económica. A este tipo de estructura social se la conoce como Antiguo Régimen. La nobleza y el alto clero eran las clases privilegiadas. Si bien los nobles habían debido someterse al poder del rey, continuaban conservando una amplia gama de privilegios, como tribunales especiales, y exención en el pago de impuestos. Este último privilegio también les correspondía a los sectores del alto clero. Por debajo de ellos se encontraba la burguesía, integrada por comerciantes, financistas y profesionales. Durante los siglos XVI y XVII, los burgueses ampliaron sus riquezas y actividades. Muchos compraron títulos nobiliarios para coronar su ascenso económico, lo cual generaba recelos y tensiones con la nobleza más tradicional. Los campesinos, que conformaban la mayor parte de la población de la casi totalidad de los reinos europeos, fueron los sectores más perjudicados por la consolidación del absolutismo, porque a los impuestos que debían pagar a los nobles se sumaron los nuevos impuestos reales.
Pero desde fines del siglo XVIII, Europa occidental y América del Norte se vieron sacudidas por una sucesión de revoluciones políticas que se extendieron hasta 1848, y que, al grito de libertad, igualdad soberanía del pueblo, modificaron las formas de entender la relación entre los gobernantes y los gobernados en todo el planeta, llevando así a la práctica el principio liberal de división de poderes (en ejecutivo, legislativo y judicial) e implementando la redacción de diferentes constituciones (que regulaban y limitaban a la vez el accionar de esos gobernantes). 
La Revolución Francesa (1789-1815) se extendió luego en olas de revoluciones liberales (1820, 1830 y 1848) encabezadas por las burguesías de distintos países europeos con el objetivo de implementar regímenes que le permitieran consolidar su poder económico a través del acceso y el control del poder político, hasta entonces negado por la estructura de las monarquías absolutistas. Estas “olas” revolucionarias fueron liquidando al Antiguo Régimen en los distintos países europeos, al instalar diferentes formas de gobierno basadas en la democracia y la soberanía popular, que abarcaban desde regímenes republicanos hasta monarquías constitucionales.

El mundo hacia 1850
Tras la Doble Revolución, el mundo había cambiado profundamente. Aunque a mediados de siglo XIX había países en donde perduraban regímenes autocráticos (Rusia, por ejemplo), y en otros aún existían reyes y nobles, ya no tenían tanto poder como antes. Las monarquías, allí donde no fueron reemplazadas por sistemas republicanos, estaban limitadas por los distintos regímenes constitucionales adoptados en cada país. Y la tierra, viejo símbolo de estatus y riqueza, lentamente se iba volcando a la producción capitalista. Si bien la mayoría de las personas continuaba viviendo en el ámbito rural, era en las ciudades, en las fábricas y en el capital donde se delineaba el futuro próximo.
Las nuevas clases sociales surgidas al calor de la Doble Revolución pasaron a ser las verdaderas protagonistas del momento: la burguesía industrial se enriquecía cada vez más, acumulando fábricas, tierras y negocios, y su crecimiento político era imposible de frenar; organizaba partidos políticos, influía cada vez más sobre los gobiernos y participaba activamente en los parlamentos. Por otro lado, el proletariado, que crecía en número de la mano de la expansión industrial, empezaba a desarrollar sus propias formas de organización sindical y de acción política, y comenzaba a luchar por sus reivindicaciones. En la relación entre ambas clases sociales se irá tejiendo el devenir del mundo contemporáneo.

  •  ¿Cuáles son las dos formas de explicar el término de revolución?
  •  ¿A qué se refiere Erick Hobsbawm, con el concepto de doble revolución
  •  ¿Cuáles son las características de la revolución industrial?
  •  ¿Cuáles son las características de la revolución francesa?
  • ¿Cuáles son las características principales del sistema capitalista?


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