LA DOBLE REVOLUCIÓN
Entre 1789 y 1848 se produce la mayor transformación
en la historia de la Humanidad desde la invención de la agricultura, la
aparición de la escritura y el surgimiento de las ciudades y los Estados. Esta
transformación se inicia a partir de dos procesos históricos que ocurren en
forma simultánea en el noroeste europeo: la Revolución Industrial y
la Revolución Francesa.
Gracias al impulso de la nueva economía industrial
inglesa, y a la rápida difusión de las ideas liberales y las nuevas formas
políticas originadas durante la Revolución Francesa, el escenario de las
transformaciones lentamente se va extendiendo hasta abarcar, directa o
indirectamente, al mundo entero. De esta manera, se inicia una nueva etapa en
el proceso de expansión europea, que había comenzado a finales del siglo XV con
el Descubrimiento y la Conquista de América. A lo largo del siglo XIX, los
modelos económicos, políticos, sociales y culturales europeos irán configurando
las características fundamentales de la Edad Contemporánea.
Para comprender las trasformaciones políticas,
económicas y sociales que la Revolución Industrial y la Revolución Francesa
provocaron a nivel global, el historiador británico Eric Hobsbawm acuñó el
concepto de Doble Revolución. Según este autor, si bien dichos
procesos históricos se desarrollaron en forma autónoma, el impacto universal de
ambos no puede ser comprendido si no se los piensa como fenómenos que
influyeron de manera simultánea en el resto del planeta.
El término “Revolución” es utilizado muy
frecuentemente para referirse a un proceso de cambios profundos en determinadas
sociedades históricas, aunque no siempre posee el mismo significado. Hay un uso
amplio del término, en el cual ese proceso ocurre sin especificar su duración
en el tiempo, ni tampoco el grado de conciencia que los hombres de ese momento
poseen acerca de los cambios que están viviendo. Es decir, podría tratarse de
una revolución que se prolongue por meses, años, décadas o hasta incluso
siglos; y los actores podrían, o no, ser conscientes de ello.
Y también hay otro uso más estricto del concepto de
“Revolución”, que es el que hace referencia a una forma concreta de acción
política que postula un cambio radical y casi siempre violento, que luego
proyecta sus consecuencias sobre lo económico, lo cultural y lo social. En
estas “Revoluciones”, los actores históricos participan en forma más consciente
de los acontecimientos, generalmente a partir de una mirada crítica
sobre el presente y una proyección de los cambios que pretenden para el
futuro cercano.
El concepto de Doble Revolución combina ambos
significados.
La Revolución Industrial
Iniciada a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña,
la Revolución Industrial se difundió por Europa y EEUU a lo
largo del siglo XIX y principios del XX, transformando profundamente la
economía y los sistemas sociales de todos los países en los que se desarrolló,
y también los de aquellos en los que, sin haberse implantado allí, sufrieron
las consecuencias de la aparición de distintas potencia industriales en el
mercado mundial.
Con el término Revolución Industrial designamos el
paso de una economía dominada por la agricultura de tipo feudal y la artesanía
a otra economía basada en las máquinas, la tecnología, la gran industria, el desarrollo
de los transportes y la implantación de la producción capitalista y el consumo
en masa. La aparición y la expansión de la aplicación de máquinas movidas por
nuevas fuentes de energía dieron comienzo a la era industrial. Las máquinas
multiplicaron la eficacia y la productividad del trabajo humano y, utilizadas
en el transporte, redujeron las distancias y ampliaron las fronteras del mundo
conocido.
También se incrementó la productividad en la
agricultura, obteniéndose más alimentos y materias primas con menos mano
de obra; de la vieja forma de explotación de la tierra a través de la relación
entre señores feudales y siervos, se pasó a una agricultura dominada por
propietarios terratenientes de tipo capitalista, que utilizaban en sus campos
mano de obra asalariada y aplicaban los nuevos desarrollos tecnológicos y las
nuevas técnicas de cultivo. De esta manera se logró alimentar a la población de
las ciudades en crecimiento. Hacia ellas migraban los campesinos
expulsados de sus tierras por el avance de la propiedad capitalista, para
convertirse en obreros asalariados de las nuevas industrias.
La primera fase de la Revolución Industrial fue
protagonizada por la industria textil del algodón, por la máquina de vapor
aplicada a los procesos de hilado y de tejido, y por el carbón como principal
combustible. Luego, los transportes marítimos y terrestres de pasajeros y
mercaderías también mejoraron, especialmente a partir de la aplicación de la
máquina de vapor en trenes y barcos. Gracias a este impulso productivo, Gran
Bretaña logró convertirse en el “Taller del Mundo”, siendo el principal
exportador de productos industriales.
En muchos períodos de la historia hubo personas que
invirtieron su capital con el fin de lograr ganancias, pero se dedicaban a
las ventas o a los préstamos de dinero. Mientras tanto, la producción estaba en
manos de campesinos o artesanos que trabajaban con herramientas sencillas. La
Revolución Industrial requirió fábricas con máquinas complejas, instalaciones
grandes y costosas y gran cantidad de materias primas que no podían comprar los
trabajadores sino aquellos que contaban con mucho dinero. Un sector de la
sociedad, los capitalistas –o burguesía–, comenzó a invertir en la
industria y, de ese modo, transformó totalmente la economía y la sociedad. Los
capitalistas se convirtieron en los dueños de las tierras, las fábricas y los
medios de producción, mientras que los obreros –trabajadores manuales sin
acceso a los medios de producción– se vieron obligados a trabajar por un
salario. Esta forma de producir en una sociedad es lo que llamamos sistema
capitalista.
Aunque la industrialización permitió fabricar una
cantidad hasta entonces impensable de bienes de consumo y mejoró el nivel
de vida de muchos seres humanos, no lo hizo de igual manera para todas las
clases sociales, ni para todos los países.
La Revolución Francesa
Hacia 1700, la gran mayoría de los Estados europeos
estaba gobernada por monarcas absolutos que tenían amplias facultades para
hacerse obedecer por sus súbditos, y que afirmaban que el origen de su poder
era divino. Los pueblos no los elegían. Esos reyes gobernaban durante toda su
vida y, a su muerte, eran sucedidos por alguno de sus hijos, vinculados a
través del matrimonio con otros herederos de monarquías europeas.
Estas monarquías fueron tomando forma durante los
siglos XVI y XVII, etapa durante la cual la mayoría de los reyes europeos
lograron concentrar en sus manos todo el poder político. Para sostener y
consolidar esa centralización del poder, los monarcas organizaron
burocracias integradas por funcionarios que administraban su reino.
También crearon un nuevo sistema de impuestos, del cual obtenían los recursos
económicos necesarios para reclutar ejércitos de mercenarios destinados a
reprimir los levantamientos internos y para luchar en guerras externas. El
ejemplo más exitoso del absolutismo fue el de la monarquía francesa, en
especial, durante los reinados de Luis XIII de Barbón (1610-1643) y de su hijo
Luis XIV (1643-1715).
Pese a que en la teoría del origen divino del poder
real todos los súbditos del reino estaban subordinados a la autoridad
absoluta del rey, existían entre ellos importantes diferencias de estatus
jurídico y condición económica. A este tipo de estructura social se la
conoce como Antiguo Régimen. La nobleza y el alto clero eran
las clases privilegiadas. Si bien los nobles habían debido someterse al poder
del rey, continuaban conservando una amplia gama de privilegios, como
tribunales especiales, y exención en el pago de impuestos. Este último privilegio
también les correspondía a los sectores del alto clero. Por debajo de ellos se
encontraba la burguesía, integrada por comerciantes, financistas y
profesionales. Durante los siglos XVI y XVII, los burgueses ampliaron sus
riquezas y actividades. Muchos compraron títulos nobiliarios para coronar su
ascenso económico, lo cual generaba recelos y tensiones con la nobleza más
tradicional. Los campesinos, que conformaban la mayor parte de la población de
la casi totalidad de los reinos europeos, fueron los sectores más perjudicados
por la consolidación del absolutismo, porque a los impuestos que debían pagar a
los nobles se sumaron los nuevos impuestos reales.
Pero desde fines del siglo XVIII, Europa occidental y
América del Norte se vieron sacudidas por una sucesión de revoluciones
políticas que se extendieron hasta 1848, y que, al grito de libertad,
igualdad y soberanía del pueblo, modificaron las
formas de entender la relación entre los gobernantes y los gobernados en todo
el planeta, llevando así a la práctica el principio liberal de división de
poderes (en ejecutivo, legislativo y judicial) e implementando la
redacción de diferentes constituciones (que regulaban y limitaban a la vez el
accionar de esos gobernantes).
La Revolución Francesa (1789-1815) se extendió luego
en olas de revoluciones liberales (1820, 1830 y 1848) encabezadas por
las burguesías de distintos países europeos con el objetivo de implementar
regímenes que le permitieran consolidar su poder económico a través del acceso
y el control del poder político, hasta entonces negado por la estructura de las
monarquías absolutistas. Estas “olas” revolucionarias fueron liquidando al
Antiguo Régimen en los distintos países europeos, al instalar diferentes formas
de gobierno basadas en la democracia y la soberanía popular, que abarcaban
desde regímenes republicanos hasta monarquías constitucionales.
El mundo hacia 1850
Tras la Doble Revolución, el mundo había cambiado
profundamente. Aunque a mediados de siglo XIX había países en donde
perduraban regímenes autocráticos (Rusia, por ejemplo), y en otros aún existían
reyes y nobles, ya no tenían tanto poder como antes. Las monarquías, allí
donde no fueron reemplazadas por sistemas republicanos, estaban limitadas por los
distintos regímenes constitucionales adoptados en cada país. Y la tierra,
viejo símbolo de estatus y riqueza, lentamente se iba volcando a la
producción capitalista. Si bien la mayoría de las personas continuaba viviendo
en el ámbito rural, era en las ciudades, en las fábricas y en el capital
donde se delineaba el futuro próximo.
Las nuevas clases sociales surgidas al calor de la
Doble Revolución pasaron a ser las verdaderas protagonistas del momento: la
burguesía industrial se enriquecía cada vez más, acumulando fábricas, tierras
y negocios, y su crecimiento político era imposible de frenar; organizaba
partidos políticos, influía cada vez más sobre los gobiernos y participaba
activamente en los parlamentos. Por otro lado, el proletariado, que crecía en
número de la mano de la expansión industrial, empezaba a desarrollar sus
propias formas de organización sindical y de acción política, y comenzaba a
luchar por sus reivindicaciones. En la relación entre ambas clases
sociales se irá tejiendo el devenir del mundo contemporáneo.
- ¿Cuáles son las dos
formas de explicar el término de revolución?
- ¿A qué se refiere
Erick Hobsbawm, con el concepto de doble revolución
- ¿Cuáles son las
características de la revolución industrial?
- ¿Cuáles son las
características de la revolución francesa?
- ¿Cuáles son las características
principales del sistema capitalista?
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