Estimados alumnos y alumnas. Mi nombre es Darío González y este año los acompañaré en la materia Lengua y literatura.
A lo largo del año intentaremos abordar textos literarios (cuentos sobre todo) desde las perspectivas realista y fantástica. Para comenzar les dejo un cuento de Gabriel García Márquez. Al final hay una actividad que consiste en responder unas preguntas.
Estoy a su disposición por cualquier dificultad.
Un día de éstos, cuento de Gabriel García
Márquez (Colombia, 1927-México, 2014)
El lunes amaneció
tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador,
abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada
aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que
ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas,
sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con
cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces
correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas
dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a
pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba
con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho
hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos
pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió
trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz
destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá
-Qué
-Dice
el alcalde que si le sacas una muela.
-Dile
que no estoy aquí.
Estaba puliendo un
diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a
medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que sí estás
porque te está oyendo.
El dentista siguió
examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos
terminados, dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la
fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un
puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado
de expresión.
-Dice que si no le
sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con
un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró
del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el
revólver.
-Bueno -dijo-. Dile
que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón
hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta.
El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero
en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio
en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la
punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el
alcalde.
-Buenos -dijo el
dentista.
Mientras hervían los
instrumentales, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se
sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla
de madera, la fresa de pedal y una vidriera con pomos de loza. Frente a la
silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando
sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la
boca. Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la
muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin
anestesia – dijo.
-¿Por qué?
-Porque tiene un
absceso.
El alcalde lo miró en
los ojos.
-Está bien -dijo, y
trató de sonreír.
El dentista no le
correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos
hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse.
Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en
el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de
vista.
Era un cordal
inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo
caliente.
El alcalde se agarró a
las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío
helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la
muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:
-Aquí nos paga veinte
muertos, teniente.
El alcalde sintió un
crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Pero no suspiró hasta
que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le
pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco
noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se
desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del
pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas
-dijo.
El alcalde lo hizo.
Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso
desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos.
El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de
agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo
militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la
guerrera.
-Me pasa la cuenta
-dijo.
-¿A usted o al
municipio?
El alcalde no lo miró.
Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:
-Es la misma vaina.
De Los
funerales de la Mamá Grande (1962), Barcelona, Bruguera, 1986, págs. 19-23
Actividades
Un día de estos
1. 1. ¿Cómo describirías a los personajes de este relato?
2. 2. ¿Por qué, al inicio del cuento, el
dentista no quiere atender al alcalde?
3. 3. ¿Cuál es el conflicto principal de
esta historia?
4. 4. ¿Por qué el dentista no le pone
anestesia? ¿La excusa es creíble? ¿Por qué?
5. 5. Explique el significado de la última
frase del cuento.
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